lunes, 11 de febrero de 2013

Incapacidad del amor mediocre

Tengo una incapacidad que no sufro, ni padezco. ¡Gozo! de la incapacidad para amar a aquella persona que, en una buena obra de teatro no se emocione con una actuación sublime, o que la buena música no le haga vibrar, o con quien no pueda hablar de los libros que hemos leído, aunque no nos guste la misma literatura, que sólo sea por el atractivo de una conversación interesante. Estoy absolutamente inhabilitada para amar a la persona, para la cual, los atardeceres no son más que el fin de un día; alguien que no quede inmóvil mirando el óleo natural que transforma el día en noche, no es para mí. Soy insensible al amor de aquel al que no admire porque sus conocimientos sobrepasen la frontera de los míos, o por tener convicciones firmes apoyadas en criterios que demuestren inteligencia y principios. No puedo, bajo ningún concepto, excederme de cierta cifra ínfima de orgasmos físicos, terrenales, vacíos. Veo a mucha gente día a día conformándose con amar a una persona por razones vagas, temiendo quedarse solas o que nadie les ame. Reconozco haber sentido esta emoción de terrible soledad, y haber pensado que se curaría con un amor trivial. Pero mi incapacidad me ha salvado de un amor rutinario, escaso de emociones tan fuertes que el corazón casi no puede aguantar, de un amor adormecido y enjaulado por la influencia social. Soy incapaz de amar de manera mediocre, de pararme en la frontera de aquello socialmente aceptado e impuesto, y no ver más allá, de estar al borde del amor y no tocarlo, no acogerlo en mí y llenarme de él.